TODO TIENE UN PRINCIPIO
Y estos son los míos.

Yo era niño obediente y de buenas notas, amoroso y muy tímido y todos ellos eran ingredientes que dificultaban una correcta inserción en los primeros años del cole…
Mi adolescencia fue muy diferente pues como por aquél entonces mi asociación era: “hacer lo común significa ser normal. Y yo quiero ser normal para sentirme dentro del grupo y tener un sentido de pertenencia, lo cual me da seguridad”. Así que me receté una dosis de “normalidad” y, buscando pertenecer al grupo selecto de los “populares” me vestí con el traje de la rebeldía; mi caché social aumentó y mis notas bajaron.
Luego mis padres cogieron las riendas de mi educación y me apuntaron a estudiar LADE vocacionalmente en el 98 con el propósito de reinsertarme socialmente… Siguiendo una vez más mi criterio, leí en 2003 que el Financial Times decía que Deloitte era la mejor empresa del mundo para trabajar. Luego ya tenía tomada la “decisión” para comenzar una nueva carrera: ¡¡la carrera profesional!!
Tenía tal la necesidad de anestesiarme (por aquello de “mejor no mirar hacia dentro y no sentir”) mediante hábitos como el de reventar la noche (es lo normal que se hace de joven, ¿no?), o castigar los bíceps en el gym. Estaba alineadísimo con la “tendencia social”. Entonces empecé a tener pesadillas diariamente y me pasé a la droga dura para acallar mi voz interior y no recordarlas al amanecer (me refiero a drogas homologadas por la Seguridad Social, tipo las que acaban en –zepam-). Ahora entiendo que vivía orquestando un cerebro absolutamente incoherente con mi Ser Interno, con la gran repercusión a nivel bioquímico que conllevaba (alergias, enfermedades continuas, etc.).
Allá por 2009, en mi meteórica y veloz carrera, me fichó una multinacional como Director Financiero, monté una empresa de inversiones con mi socio y mejor amigo, Paquito, y me casé. Así, con 30 años me había convertido en una especie de humanoide bien moldeado por “la cadena de montaje estándar”.
Sí, ganaba bien, comía mal y ya no hacía deporte (ahora “entrenaba en el gym”). Me pinchaba la vacuna de la alergia semanalmente, tomaba corticoides inhalados y unos 120 antihistamínicos por temporada. Mi pulso en reposo rondaba las 88 pulsaciones a primera hora de la mañana. Tenía un buen coche y no tenía hipoteca. Pero tenía lo que desde fuera se calificaba como Éxito.
“Siempre me gustó estar cerca de la naturaleza, hablar con los animales, recoger los huevos de las gallinas, subirme al tractor del tito y pasearme con la bici”.
